Cuando la realidad toca la puerta (carta a mi hijo de 12)

Si queremos que el malestar disminuya y aumente el bienestar, no podemos pertenecer al equipo de los que viven en la inercia y la indiferencia, a los que todo les da igual. Tampoco al equipo de los que se quejan pero nunca proponen nada. O de los que aceptan todo sin chistar. ¡Mucho menos pertenecer al equipo de los sumisos o al equipo de los cómplices del malestar!

I

Cheo Carvajal Vecino de Colinas de Bello Monte

Cheo Carvajal
Vecino de Colinas de Bello Monte

Para qué ocultarlo: el mundo no va bien. Pero no es novedad, ha sido así desde siempre, aunque yo me haya dado cuenta de eso cuando comencé a tener uso de razón, más o menos a tu edad. Mucha pobreza, muchas guerras, mucho miedo. A eso se le ha ido sumando mucha incertidumbre y mucha paranoia. También muchas fuentes de distracción. Por más que te esconda titulares, por más filtros que ensaye, ya lo tienes claro. Eres muy observador, muy agudo, y la realidad cercana es cada vez más torpe, absurda, agitada.

Pero los seres humanos no solo somos capaces de producir miseria y tristeza, producimos cosas maravillosas. Poesía, música, cine, medicina para curar enfermedades, formas de observar el universo y de movernos por el mundo (sea en avión o en bicicleta), deliciosas comidas, juegos que enseñan, parques que emocionan, edificios que se graban en nuestra memoria. Hay gente especial. Pero no hay que perder nunca de vista que, en la medida en que esas cosas maravillosas alcancen a más gente, tanto mejor nos sentiremos todos. Es vital entender que el bienestar no puede ser excluyente (no vayas a confundir nunca bienestar con capacidad de consumo, que son cosas diferentes). ¡Y en sentido contrario, aunque tiene fans, multiplicar el malestar es una idea fatal!

Si queremos que el malestar disminuya y aumente el bienestar, no podemos pertenecer al equipo de los que viven en la inercia y la indiferencia, a los que todo les da igual. Tampoco al equipo de los que se quejan pero nunca proponen nada. O de los que aceptan todo sin chistar. ¡Mucho menos pertenecer al equipo de los sumisos o al equipo de los cómplices del malestar!

Muchos de los adultos que conoces han formado parte de alguno de esos equipos, por cansancio, comodidad o conveniencia. Pero afortunadamente eso se puede corregir. Lo grave es quedarse pegado. Si no están bien, nos es bueno dejar las cosas como están. A menos que asumamos que somos parte de la violencia y la tristeza del paisaje. A menos que creamos que estamos condenados a vivir con miedo y aguantar pela tras pela.

II
El otro día me sorprendió tu reacción cuando le robaron la moto a ese joven. Lo presenciaste con tus propios ojos: cuando lo amenazaron en la gasolinera, cuando se la llevaron y cuando, luego de una danza desesperada en medio de la vía, logró que otro motorizado lo llevara de parrillero para perseguir al ladrón que, según sus gritos, ni siquiera sabía conducir bien la moto. Sé que el susto cedió velozmente el paso al relato del desahogo. Nos explicaste: “mientras ponía gasolina le llegaron tres, dos en una moto y el otro a pie. Se la pidieron y la entregó. Yo hubiese hecho lo mismo, no me hubiese arriesgado”.

Hasta ahí todo bien, dentro de lo mal. Fue un trámite rápido, sin excesiva violencia. Minutos después te dejamos a ti y a tu hermana en la escuela. En ese momento me quedé con ganas de abrazarte y conversar sobre lo ocurrido. Lo pude hacer ya en la noche. Y ahora, una semana después, me inquieto al pensar cómo manejaste ese día tu emoción. ¿Cómo le habrás contado a tus amigos lo que sucedió? ¿Habrás minimizado tu miedo con un relato más descriptivo, racional? ¿O habrás expresado la rabia de ver a un joven, angustiado porque le arrebataban su medio de trabajo? ¿Habrán hecho alguna broma, de esas que permiten digerir las calamidades y seguir como si nada hubiese pasado, una mezcla de alerta y resignación?

Ojalá hayan asumido este hecho como un problema serio, grave. Preguntarse el porqué sucede. Entender que no era porque el motorizado estaba descuidado, sino porque la trampa acecha. La violencia viaja a través de nosotros, aunque no parezca tocarnos directamente. Es cruel, pero entre otros factores, nuestra actitud pasiva permite que se normalice, que se convierta en cotidiana. No me refiero a que debíamos bajarnos del carro y perseguir a los ladrones. Eso sería tomar un riesgo tonto. Me refiero a que la única forma de cambiar esta historia es no aceptarla. Pensar, más que en cómo salvarse de ella, en cómo hacerle la contra. Se trata de no aceptar y de proponer. A eso lo llamo pedagogía transformadora de la realidad.

Ojalá entiendas lo que te digo, o al menos lo intuyas, porque hemos tratado de educarte con el ejemplo. Tenemos que remar fuertemente y de manera sostenida en esa dirección, si no esa realidad tarde o temprano nos somete.

III
No te imaginas cuánto me alegré cuando me contaste tu idea para el proyecto de este segundo lapso. Pensar en cómo eliminar la aberrante cola para comprar pan a la entrada de la escuela puede ser algo muy complejo, pero: ¿habrá alguien más, además de ustedes, pensando en ello? Pareciera que más bien están pensando en ordenarla, hacerla menos incómoda, más llevadera, como tantas otras cosas que nos acontecen.

Alguien me comentó que hay quienes hacen la cola temprano, compran sus dos panes por 600 bolívares y, como si fuese una serpiente que se muerde la cola, vuelven nuevamente al final de la fila y se desayuna los dos primeros mientras procura dos más para el almuerzo. Así, con 1200 bolívares, ocupan su estómago y la mañana entera. ¡Una auténtica máquina de alimentación y de hambre!

Afortunadamente el planteamiento del problema lo hiciste con una certeza: hay que eliminar la cola. El asunto es cómo. Y deben tener claro que no es buena estrategia esconderla, hacerla invisible. Nuestros políticos han jugado a eso con muy malos resultados durante décadas y hoy todo se hace visible (se desparrama) a los carajazos.

Para encontrar las razones del problema y ofrecer soluciones reales toca primero observar, indagar, investigar. Y con lo que observen les tocará reflexionar para proponer. Y luego de proponer, no como último paso, sino como primero de un proceso continuo, habrá que vencer la pena o el miedo a actuar. Lo que no está bien no podemos dejarlo así. ¿Te había dicho que es mala práctica?

Me encantaría que el desafío hubiese sido otro (¿cómo cultivar tomates y lechugas para acompañar el almuerzo en la escuela?; ¿cómo sacar de la calle de la escuela tantos camiones y automóviles para caminar de manera segura?). Pero cuando la realidad toca la puerta, hay que asomarse en vez de esconderse. No importa si no obtienen la respuesta adecuada a la pregunta. Lo importante es intentarlo (y aprender) hasta lograrlo. Gracias por hacerlo.

Cheo Carvajal. Vecino de Colinas de Bello Monte

Fuente: Contrapunto

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